El ejercicio de la profesión de abogado en Oviedo-Asturias

5 enero, 2015
El ejercicio de la profesión de abogado en Oviedo-Asturias

La grandezqa de la profesión de abogado. Siempre se repite la misma pregunta ¿Podemos hacerlo mejor? Los dogmas del tranquilo pasado son inadecuados para el tempestuoso presente. La ocasión está rodeada por una alta barrera de dificultades que hemos de saltar si queremos aprovecharla. Como nuestro caso es nuevo, tendremos que pensar y actuar de una forma nueva. Lincoln.

Cada vez que salgo de una audiencia previa o de un juicio no puedo evitar el pensar, con cierta resignación, que nuestra profesión es de las más complicadas y difíciles que existen. Puedes llevar el asunto excelentemente preparado; el caso puede inclinarse a tu planteamiento; la prueba que llevas es bastante adecuada para acreditar los hechos, etc… Sin embargo, vas a tener enfrente a cotro ompañero, al menos igual de preparado que tú, que va a hacer todo lo posible por alcanzar el éxito del que te consideras acreedor exclusivo. Y la verdad es que, por muy «fácil» que veamos el asunto, cuando llega la hora de la verdad, la intervención del letrado interrogando o informando suele producirnos un cierto malestar, desazón que consigue que nuestras sensaciones y emociones parezca discurran por una imaginaria montaña rusa (esto va bien, esto va mal, esto va menor, etc…).

Si a ello añadimos las intervenciones del juez, bien sea tomando notas, preguntando o enviando señales a través del lenguaje corporal, el puzle está completo.

Esta situación conocida por todos los que vestimos la toga tiene diversas lecturas, que en mi opinión deben plantearse desde una perspectiva eminentemente optimista. Veámoslas.

La primera, es el mérito que conlleva nuestro trabajo, se gane o se pierda, siempre, claro está, que hayamos aceptado el encargo honesta y responsablemente y luego lo hayamos preparado a conciencia. Nadie puede quitar el valor que conlleva el trabajo realizado por un abogado en defensa de su cliente. Para ello, basta con que miremos atrás y comprobemos el tiempo que, en la soledad de nuestro despacho, hemos dedicado a la preparación concienzuda del mismo.

La segunda, el valor que tiene la capacidad de soportar este tipo de experiencia, complejísima desde una perspectiva emocional, pues en ella el abogado pone en juego todas sus habilidades personales y profesionales bajo una presión nada desdeñable, en un contexto en el que, no olvidemos, el porcentaje de éxito «de salida» es de un 50 %, o lo que es lo mismo, una opción muy difícil. Imaginemos a un médico, arquitecto o ingeniero que se la jugaran siempre al 50 %… Este valor se retroalimenta cada vez que intervenimos, pues la riqueza que se adquiere tras cada una de estas experiencias es importantísima para el futuro.

La tercera, la valía de la victoria, pues el éxito alcanzado tras un juicio, merece ser celebrado al menos en nuestro fuero interno, ya que, insisto, ganar no es nada fácil, y constituye un premio notable tras una «lucha» en la que intervienen múltiples factores que pueden dar al traste con años de trabajo. Desde la pericia de un compañero hasta el criterio, cierto o erróneo del juez, pasando por circunstancias e imprevistos incontrolables por el abogado.

Finalmente, last but not least,  el valor de la derrota. Hemos perdido el caso, y probablemente el cliente se encuentre disgustado y contrariado, pero nadie nos puede quitar nuestro trabajo, esfuerzo, dedicación y nuestra fe, por muy complejo que sea el caso, en conseguir una victoria excepcional (que como todos sabemos, existen). La derrota del abogado, puede ser derrota para el cliente, pero para nosotros debe ser acicate para seguir adelante y hacerlo mejor, buscando nuevas fórmulas o aprovechar otras circunstancias más favorables para conseguir la tan ansiada victoria.

Transformar el fallo adverso en energía para mejorar es uno de los secretos que hacen más grandes a los abogados.

Seamos conscientes del mérito que conlleva nuestra intervención diaria, mensual o quizás anual en el foro,  no importa la asiduidad con que litiguemos, lo importante es  valorarnos adecuadamente, es decir, reconocer la importancia de lo que hacemos, pues la complejidad, dificultad e valor de nuestro trabajo es la grandeza del abogado.

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